lunes, 3 de febrero de 2014

Relato #2


Tumbada bajo las sábanas me he dado cuenta de que sólo me apetecía quedarme y no tener que salir de esa seguridad y felicidad que me proporcionaba. No estaba preparada para afrontar aquello que me había pasado la noche anterior. No podía creer que yo iba a ser la protagonista por una vez en la vida.

Siempre había pensado que era de esas chicas en las que ningún chico se fija, de esas que son muy tímidas y se encierran en ellas mismas sin dejar que nadie atraviese esa fortaleza que construyen alrededor suya para que nadie les haga daño. Parece que ese fuerte puede con todo sin que nadie pueda entrar y destrozarlo todo a su paso, como una tormenta que lo arrasa todo. Pero no sólo eso, sino que la timidez hace que no muchos se acerquen, ni siquiera que intenten conocer a esa dulce chiquilla que se esconde tras la Muralla China. Da la impresión de que tengo un conflicto interno conmigo misma, una batalla entre la valiente heroína y el dragón rojo gigante que, con un golpe de una espada, es derrotado. Parece ser así dentro de mi cabeza...

Pero descubrí todo aquello de lo que era capaz unas semanas atrás cuando había salido con mis amigas y amigos. Era momento de celebrar lo bueno de la vida. No me podía creer lo bien que me lo estaba pasando en aquel garito del centro de Madrid. Estábamos sentados alrededor de una mesa llena de cervezas y cubatas, y llevaba puesto mi vestido negro corto con unos tacones azules, iba muy elegante, teniendo en cuenta cómo iban las demás chicas, más normales con vaqueros y botas. 

Entonces entraron por la puerta un grupo de chicos (no suelo reparar en la gente que pasa a mi alrededor, ya me ha pasado anteriormente de cruzarme con alguien y que me tengan que saludar porque sino yo no me entero...) y en ese momento me giré, porque mi amiga estaba mirando en esa dirección, y pasó. Unos ojos azules color cielo se tornaron cruzándose con mis ojos color café, dirigiéndome una sonrisa arrasadora que me dejo helada.

Le dije a mi amiga ¿has visto a ese chico? El de la camisa gris que va en ese grupo, ¡es guapísimo! Y no pude dejar de mirarle durante un buen rato. Mi amiga me decía que me acercase a hablar con él, ya que estábamos en un garito con mucha gente, no era cosa de otro mundo saludar a alguien que no conocieses. Pero mi timidez pudo más conmigo que yo con ella, estaba perdiendo la batalla otra vez. 

Después de una hora y varios chupitos, intercambios de miradas y risitas traviesas, él me pidió que me acercase, pero me hice la dura, era el momento de entrar en el juego, le dije que viniese él a mí, y así lo hizo. Nos pasamos un par de horas charlando y conociéndonos, preguntándonos sobre nuestras aficiones, metas, logros... La vida en general. 

Parecía que esa noche no tenía fin. Con cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, sólo me apetecía pasar más tiempo con él. Habíamos conectado de una manera que nunca antes me había pasado. Me sentía tan cómoda con él que ni siquiera había reparado en que mis amigos poco a poco se iban marchando y que íbamos a ser los últimos en dejar el lugar. 

Acabamos desayunando en el bar de la esquina de mi casa, con una fachada parecida a las típicas casas inglesas, por la forma rústica del edificio decidí vivir ahí durante una larga temporada. El bar tenía un ventanal con unas cortinas preciosas que daba a la calle, podíamos ver pasar a la gente que se iba temprano a trabajar, siempre con prisas... Nos reímos un rato mientras mirábamos a la gente y decidimos que era hora de despedirnos. Me acompañó a la puerta del piso donde vivía y quedamos en hablarnos para quedar otra vez. Me dio un beso en la frente y me dedicó una sonrisa de esas que te derriten por dentro. Me fui a dormir pensando en todo lo que había pasado esa noche. había conocido al chico perfecto.

Durante la semana recibí un mensaje ¿Te apetece que nos veamos? ponía. Me puse eufórica, creía que no iba a volver a saber de él. Que tonta al pensar eso. Le contesté diciéndole que se pasase por casa, así no teníamos que pasar frío y podíamos estar a solas sin que nadie nos moleste. La verdad es que no sabía exactamente que hacer con este asunto, pensaba que él se olvidaría de mi. Pero cuando se apareció en la puerta de mi casa con un ramo de rosas rojas, una botella de vino y esa mirada cómplice, comprendí que yo había significado algo más para él tanto como él lo era para mi. No había sido cosa de una noche.

Había estado pensando en qué ponerme para la ocasión, y no vi otra solución que llevar el vestido color beige corto sin mangas y que es uno de los más bonitos y sencillos que tengo. Él había aparecido con una camisa color azul cielo, como sus ojos. Cada vez que le miraba me quedaba anonadada sin saber que decir, estaba como flotando ante él. Había conseguido atraparme entre su mirada y su sonrisa.

Pasamos una noche esplendida hablando y riendo, sabiendo que habíamos conectado de una manera muy especial, sabiendo que era el principio de muchas veladas, salidas, fiestas y días enteros juntos. Por esa razón, cuando me desperté bajo las sábanas sintiendo el roce de su piel, su calidez, la suavidad de su tacto y la felicidad que ello provocaba en mí, no me lo podía creer. Porque, ¿quién iba a pensar que una chica tan tímida iba a encontrar al amor de su vida con tan solo el cruce de miradas? Con tan solo una sonrisa.

Ahora me tocaba a mí ser la protagonista de la historia. Ahora debía escribir mi propia historia, llenarla de momentos felices que sólo iban a ser para los dos. 
Era el chico perfecto. Y yo la chica perfecta.


No hay comentarios:

Publicar un comentario