lunes, 2 de marzo de 2015

A Dublín con Amor.



 


Hace un par de semanas me fui de viaje a Dublín con unas amigas. Era la primera vez que me iba de viaje solo con amigas a disfrutar de unos días de libertad y de relax, y así aprovechar para conocer Irlanda que me parece un país maravilloso.



Al llegar me sorprendió poder comprobar la vitalidad del color verde de los campos, ese color verde lima que a mi tanto me gusta ver y que. como era de esperar, Irlanda está lleno de ese color. Como no, las nubes nos esperaban al aterrizar y un día nublado se nos echaba encima, pero eso no iba a impedirnos conocer la ciudad tanto de día como de noche. Nos llovió algún día que otro, pero nunca el día entero, y eso que dicen que en Irlanda llueve más de trescientos días al año...




Cuando el cielo esta despejado, las calles estaban abarrotadas de gente que iba de un lado a otro paseando o trabajando, o yendo a hacer la compra o visitando, o saliendo de fiesta o volviendo a casa... La vida parece buena en el norte. El cielo parece más cercano, las nubes más bajas, el sol más radiante. Pero lo mejor de todo es su gente. Lo amable y agradables que son.







Dublín, una ciudad que ha conseguido enamorarme por completo y a la cuál pretendo volver. La vida diurna se compensa con la vida nocturna. La música en directo, la gente cantando sin cesar una y otra vez las canciones más conocidas de la cultura internacional irlandesa. Las cervezas locales y el brillo de las luces de los pubs son de las cosas que me llevo conmigo de vuelta a Madrid.


Ver lo que el mundo y sus habitantes nos ofrecen a través de la hospitalidad y amabilidad es un regalo que nuestra cultura deja cada día, y que con cada generación debemos guardar y preservar. Pero aún más saber que en cada rincón de este nuestro mundo hay lugares maravillosos que no debemos dejar de visitar. No porque los visite mucha gente, sino por lo que ellos significan para nosotros, lo que nos transmiten y todas las experiencias que vivimos en ese encantador lugar. 

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